En la primera parte hablamos que el Salmo 51 nos enseña que cuando pecamos debemos pedir perdón apelando a la piedad y bondad de Dios.
Pero esto es solo el comienzo.
Debemos también confesar nuestro pecado a Dios vv. 3-7
Hay cinco pasos en el proceso de la confesión.
1. Reconocer el pecado en tu vida v. 3
a. El pecado es rebelión en contra de Dios v. 3a
“Porque yo reconozco mis rebeliones”
El primer paso hacia la confesión es reconocer el pecado en nuestra vida. El pecado es rebelión (rehusar obediencia) contra Dios. Debemos entender que somos pecadores y reconocerlo. Creo que todos sabemos las áreas donde somos propensos a caer, pero muchas veces no reconocemos que estas rebeliones son en contra de Dios. Cuando escogemos pecar, estamos rebelándonos en contra de Dios. Estamos diciéndole que no deseamos estar de acuerdo con Él en lo que considera malo.
b. El pecado se arraiga en nuestra conciencia cuando no hay arrepentimiento v. 3b
“Y mi pecado está siempre delante de mí.”
David, a pesar que estuvo un año sin arrepentirse, sabía que su pecado esta siempre delante de él. No podía esconderlo delante de Dios. Lo que hizo, lo hizo con mucha “privacidad” ante otros, pero no ante Dios. Todo pecado nuestro es hecho delante de Dios.
NO podemos huir de Dios cuando pecamos. Nuestro pecado siempre estará delante de Dios.
Debemos de entender que para recibir el perdón de Dios debemos reconocer que el pecado en nuestra vida es rebelión en contra de Dios. Debemos también:
2. Reconocer que la afrenta es contra Dios v. 4
a. El pecado (errar al blanco) es contra Dios v. 4a
“Contra ti, contra ti solo he pecado,
Y he hecho lo malo delante de tus ojos”
El mundo con su relativismo hoy día diría que esto que hizo David es malo porque ofendió e hizo daño al prójimo. Pero para el creyente esto no es suficiente. El pecado es una afrenta directa a Dios porque no hemos obedecido su Palabra.
David reconoce que su pecado es una traición en contra de Dios. El ha hecho lo malo delante de los ojos de Dios al no obedecerle. Debemos nosotros mirar el pecado así. El pecado es fallarle a Dios.
El Dios que nos ha salvado es santo y a través de Cristo nos ha santificado. Debemos de vivir de una manera santa como Él es santo. Cuando pecamos delante de sus ojos, y esto es literalmente. Es directamente en contra de Él que nos está viendo.
Cuando reconocemos que el pecado nuestro es afrenta en contra de Dios declaramos que:
b. Dios es justo v. 4b
“Para que seas reconocido justo en tu palabra,
Y tenido por puro en tu juicio.”
Dios no nos para de pecar ni nosotros podemos pedirle que nos pare. Nosotros cuando pecamos nos damos cuenta de que el pecado no inculpa a Dios sino que reconoce que es nuestra culpa. Nosotros hemos fallado porque no reconocemos o entendemos lo justo y lo puro que es Dios. Si entendiéramos que Dios es “justo en su palabra” y que su juicio es puro, no pecaríamos.
El pecado nos muestra que Dios es justo y nosotros somos pecadores que necesitamos su perdón.
Al confesar debemos reconocer nuestro pecado, que es rebelión y una afrenta delante de Dios pero también:
3. Realizar el origen de tu pecado v. 5
“He aquí, en maldad he sido formado,
Y en pecado me concibió mi madre.”
David no solo reconoce el pecado en su vida y reconoce que es una afrenta en contra de Dios sino que realiza algo muy importante.
“He aquí” es una expresión de asombro. David realiza de donde proviene su pecado.
El pecado es innato.
El fue concebido (era humano) y nació en pecado. En al teología se llama esto la “depravación total del hombre”. Esto quiere decir que somos concebidos (somos humanos en la concepción) y nacemos con la inclinación o tendencia para pecar porque somos el producto de un hombre y una mujer pecadores. No nacemos inocentes, nacemos pecadores. No tenemos que enseñarles a nuestros hijos a ser malos, ya vienen contaminados por el pecado.
Es importante reconocer esta verdad porque nos hace ver que necesitamos a Cristo para que nos salve de nuestros pecados. Necesitamos que el nos perdone, nos limpie, nos transforme y nos de una naturaleza nueva. Esto es lo que sucede cuando creemos en Cristo como nuestro Señor y Salvador.
Si tu está tratando de ser bueno por tus medios, no lo lograrás. Solo Cristo puede transformarte interiormente.
En nuestra confesión debemos también:
4. Expresar la verdad de Dios y entender la sabiduría de Dios v. 6
David expresa asombro de su pecado innato sino que se asombra que este pecado está en oposición a Dios. Por dos razones:
1. Dios se deleita en la verdad v. 6a
“He aquí, tú amas la verdad en lo íntimo”
Dios se deleita en la verdad en medio de lo que ha sido oculto. En otras palabras, Dios se deleita en lo que revela su verdad a pesar de lo oculto (el misterio de el pecado innato o el pecado oculto) o en lo íntimo de nuestro corazón. El quiere que entendamos su verdad en nuestros corazones.
2. La verdad de Dios lleva a buenas decisiones (sabiduría) v. 6b
“Y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.”
Dios ha enseñado a David (en lo escondido de su pecaminosidad) su verdad que le lleva a vivir una vida sabia con buenas decisiones.
Nuestra confesión debe incluir nuestra expresión de la verdad de Dios y cómo nos ha hecho ver que su sabiduría es superior a una vida en pecado. La sabiduría de Dios nos ayudará a evitar pecar contra Dios. Es una protección para nosotros.
El último paso en la confesión es,
5. Entender que solo Dios puede limpiarte completamente de tu pecado v. 7
“Purifícame con hisopo, y seré limpio;
Lávame, y seré más blanco que la nieve.”
En el Antiguo Testamento cuando alguien quería ser purificado habiendo cumplido los requisitos, el sacerdote tomaba ramas de hisopo las cuales metía en agua y las rociaba sobre la persona. Esto era símbolo de la pureza.
David pide que Dios sea el que directamente le limpie completamente (más blanco que la nieve) de su pecado. Aquí podemos ver que anticipa la venida de Cristo el cual a través del sacrificio en la cruz nos limpiaría y lavaría de nuestros pecados.
David ruega que Dios le perdone por su misericordia y bondad, confiesa su pecado y hace algo más. De esto se trata la siguiente parte.
Confesión y Arrepentimiento – Tercera parte