Israel fue llamado para ser luz de las naciones y falló. Esto trajo el exilio o ser desterrado de la Tierra Prometida. Dios usó a la nación de Babilonia para esto. La conquista del pueblo de Dios (Judá) fue inevitable. La desobediencia de ellos había llegado a colmo ante Dios. Vez tras vez rechazaron la corrección de Dios y decidieron seguir su propio camino hacia la idolatría. Dios levantó a la nación de Babilonia para ejecutar disciplina para su pueblo. Esta disciplina fue severa. La nación fue conquistada violentamente en el año 605 A.C. Miles de personas judías fueron llevadas a Babilonia como cautivos, especialmente aquellos que tenían habilidades especiales (esto evitaría que planearan levantarse en contra de Babilonia). Hubo tres deportaciones que se llevaron a cabo (605 A.C, 597 A.C., 586 A.C.), dejando la ciudad de Jerusalén desolada. Solo quedó la gente pobre, con pocas habilidades con un rey títere impuesto por Babilonia (por once año hubo rey en Babilonia y en Jerusalén simultáneamente hasta el año 586 cuando se completó el destierro). El panorama fue muy triste.
El profeta Jeremías profetizó en Israel más de cuarenta años comenzando desde la edad aproximada de dieciocho (627 A.C – 586 A.C.). Presenció la conquista y el exilio.
Jeremías les da el mandato del Señor (Jeremías 29:1-7) a los que estaban en el exilio.
El mandato es que deben vivir como creyentes en Babilonia y aceptar lo inevitable de vivir en tierra ajena.
“Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel, a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia:
Edificad casas, y habitadlas; y plantad huertos, y comed del fruto de ellos.”
El mensaje no es de Jeremías a los exiliados sino de Dios. El es solo el portavoz. Dios es el que está soberanamente obrando en este evento. Fue Él quien es responsable de este exilio, “a todos los de la cautividad que hice transportar de Jerusalén a Babilonia”.
Ellos lo habían tenido todo al entrar a la Tierra Prometida. La tierra estaba lista para ser tomada. Ellos no tuvieron que hacer mucho. Pero su desobediencia ahora los había llevado a una tierra ajena donde Dios les manda a comenzar de nuevo. Fallaron en ser el pueblo de Dios siendo luz de las naciones. Construir casas, plantar huertos y comer el fruto de ellos sería la forma de subsistir en Babilonia.
Ellos debían aceptar lo inevitable, ya que venía de Dios, y aceptar el exilio viviendo en tierra ajena. En medio de una nación pagana deberían vivir y seguir siendo el pueblo de Dios por 70 años. A pesar de lo anormal de su estadía, deberían normalizar su vida y ser productivos. Debían someterse a la disciplina del Señor.
El paralelo para nosotros es muy similar. El Señor oró al Padre por sus discípulos que no los quitara del mundo sino que los guardara del mal y los santificara en su verdad (Juan 17:15, 17). Fueron enviados al mundo para que puedan ser sus testigos y otros puedan creer en el Señor Jesucristo (Juan 17:18, 20).
La manera de vivir nuestra en este mundo es clara. Vivimos en el mundo pero no somos del mundo. Vivimos apartados del mal, santificándonos en la verdad de Dios. Estamos constantemente “yendo” al mundo cuando interactuamos con ellos y les compartimos la Buenas Nuevas de Cristo.
Esto implica ser responsables con los recursos que Dios nos ha dado. Dios no nos ha dejado para depender del gobierno o para vivir una vida nómada sin estabilidad ni productividad. Pero el propósito no es poseer, ganar, y enriquecernos sino para ser usar los recursos que Dios nos da para los propósitos de su reino.
Además, el Señor les manda que mantengan la vida familiar y multiplíquense más.
“Casaos, y engendrad hijos e hijas; dad mujeres a vuestros hijos, y dad maridos a vuestras hijas, para que tengan hijos e hijas; y multiplicaos ahí, y no os disminuyáis.” (v. 6)
No solo deberían aceptar vivir en tierra ajena y ser productivos sino que deberían mantener una vida familiar vivaz que se multiplica (fue su mandato en Gén. 2:15). Muchos de sus compatriotas vivirían juntos en ciertas comunidades, podían casarse entre ellos y seguir multiplicándose. De ninguna manera les mandó el Señor a casarse y mezclarse con los Babilonios. La idea es de mantener su identidad como pueblo de Dios y crecer hasta que el Señor les sacara del exilio.
Esto sin duda implica que los padres criarían a sus hijos en los caminos del Señor. Los judíos eran muy diligentes en esto y ahora lo harían en medio de una nación pagana.
Nuestro llamado es igual. Al mirar la cultura en la que vivimos y la influencia que ejerce en nuestras vidas como cristianos, me causa preocupación por nuestros hijos. Hablaba de esto con mi hijo mayor hace poco. Le decía que me preocupa como ellos criaran a sus hijos porque el mundo sabe como discipularlos para convertirlos en sus seguidores. Los papás cristianos hoy día no discipulan a sus hijos, ni siquiera saben como hacerlo y esto es alarmante. Si creemos que nuestros hijos o hijas van a creer lo que nosotros creemos porque van a la iglesia los domingos, estamos soñando. El trabajo que debemos hacer envuelve más que esto. Es nuestra responsabilidad como padre de enseñarles a cómo vivir como creyentes en exilio. Si no lo hacemos, no esperemos que serán cristianos comprometidos. Y todo comienza con nuestra propia vida como modelo. Si nosotros no entendemos el compromiso que envuelve ser parte de la iglesia del Señor y no nos comprometemos a ser miembros fieles, ¿qué podemos esperar de nuestros hijos?
Finalmente, el Señor les manda que busquen la paz de la ciudad y oren por ella.
“Y procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz.” (v. 7)
El pueblo de Israel oraba por la paz de Jerusalén y por su bienestar (Salmo 122:6-9). Esto era de esperarse. Pero ahora el Señor les manda a que oren a Jehová por la paz de Babilonia. Orar por la ciudad pagana que les había causado daño. Orar por la ciudad pagana que sin duda ahora los miraría con despecho. Esto es orar por los enemigos que el Señor nos mandó en su Palabra:
“Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen;
para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos.” Mateo 5:44-45
Amar a los que son nuestros amigos, a los que nos aman es fácil. Eso lo hacen todos dice el Señor. Pero el creyente es llamado a un estándar más alto. El Señor nos manda a más que esto. Nos manda a orar, amar, y hacer el bien a los que son difíciles de amar.
Esto es lo que el Señor le manda a su pueblo que haga en Babilonia e implica que Dios escucharía su plegarias y daría paz a la ciudad. Y el pueblo de Dios se beneficiaría de esta paz. Ellos podrían vivir en paz y multiplicarse para estar listos para el regreso a casa.
Pedir por la paz envuelve también vivir en paz. Dios no les mandó a pelear para liberarse de ellos. Les pidió que oraran por su paz para que ellos también pudieran disfrutar de paz. Dios sería el que les libraría y les rescataría al cumplirse los 70 años.
Buscar la paz es buscar el bienestar y esto implica servir. En Jeremías 27:17 les dice,
“No los oigáis; servid al rey de Babilonia y vivid; ¿por qué ha de ser desolada esta ciudad?”
Los falsos profetas les decían que no sirvieran a Babilonia ya que no estarían en exilio más de dos años. El Señor les dice que no lo hagan si quieren vivir. Deben servir al rey de Babilonia.
No estamos en exilio como Judá, ni estamos siendo disciplinados por el Señor. Pero la verdad es que somos extranjeros en este mundo (1 Pedro 2:11). Somos peregrinos de paso. Sin embargo estos principios aplican a nosotros. Podemos vivir la vida que agrada a Dios en un mundo dominado por el maligno. Pero no para jactarnos y condenar al mundo, sino para mostrar un mejor camino.
Debemos orar por nuestra ciudad, nuestro Estado y nuestro país para que haya paz. En esta paz nosotros podremos tener oportunidades para compartir el mensaje de Cristo.
Nuestra luz debe brillar no solo en nuestra manera de vivir sino también en nuestro servicio en un mundo dominado por la oscuridad. Esto nos dará la oportunidad de compartir las Buenas Noticias de Cristo, la Luz del Mundo. Tenemos una misión mientras estemos en el lugar que Dios nos ha puesto hasta que el venga por nosotros Su pueblo.
Vivir en el mundo siendo como el mundo, adaptándonos a su cultura no es el llamado nuestro. Vivir en el mundo buscando nuestra prosperidad con el fin de tener más y tener más “tesoros” en la tierra, no es nuestro llamado. La prosperidad nuestra debe beneficiar a otros y ser invertida en los propósitos de su reino.
Preguntas de aplicación:
¿Cómo estás buscando la paz en donde Dios te a puesto para ser su representante?
¿Cómo estás contribuyendo a la paz y al beneficio de la comunidad?
¿Cómo estás esforzándote para que tu familia sea un buen testimonio en tu comunidad? ¿Cómo estás enseñado a tus hijos a vivir en exilio?
¿Estás orando por los que no son tus amigos (enemigos)? ¿Cómo puedes mostrarles el amor de Dios en un manera tangible?