Piense por un momento las características que comunican nuestra fe. La generosidad muestra que hemos quedado libres de las garras del dinero. El perdón demuestra que nos liberamos de alguna deuda emocional. Servir a los demás nos ayuda a ver cómo Dios nos ha liberado del reinado de egoísmo que se aferró en nuestras vidas con tanta fuerza. La Gratitud sitúa a nuestra preocupación y ansiedad sobre aviso para que podamos comprender a Aquél que está en el trono de nuestras vidas, y nos centremos en Su provisión y no en nuestros deseos. Cada uno de estos aspectos testifica el trabajo del Espíritu Santo en nuestras vidas y sirve como beneficio para quienes nos rodean. Piense por un momento una área de su vida que a menudo pasa por alto. ¿Qué área considera que no es tan importante a veces?
Yo diría que esa área sería nuestras palabras, lo digo tanto como dador, como receptor. Nuestras palabras tienen un potencial considerable, ya sea para construir o destruir. Parecería obvio prestar especial atención a cómo las utilizamos, pero por desgracia, sólo parece que las meditamos cuando se trata de herir a alguien, o como nos gusta llamarlo: “tan sólo siendo honestos”. Nuestras conversaciones, más de lo que pensamos, permite a otros ver detrás de los velos de nuestros corazones. Las palabras pueden convertirse en el indicador de nuestro carácter y actitudes. Debemos tener en cuenta que nuestras palabras no se limitan a la comunicación verbal y audible, también implica lo que decimos en medios y plataformas de redes sociales; a veces sin considerar que otros que no conocen al Señor.
Le pido que considere esta semana las directrices que da Pablo en Efesios 4:29-32 respecto a nuestras palabras. Orando pida que las palabras que usted diga se conviertan en palabras constructivas y no palabras destructivas.
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