Todos buscamos el amor real y duradero. Siempre ha sido así. El amor se ha vuelto el resumen de todo, y es cierto según la Biblia. Hay dos mandamientos que resumen todo lo que Dios quiere de nosotros: amor a Dios y amor al prójimo. Pero es fácil hablar de ello y difícil hacerlo y recibirlo perdurablemente.
Muchos buscan el amor romántico. El amor que busca pertenecer a alguien y que alguien le pertenezca. El amor que desea un compañero para compartir, para formar una familia y vivir juntos hasta que la muerte los separe. Hoy día el amor romántico es ilusorio, y en muchas ocasiones se termina.
Peor aún cuando perdura, el amor romántico forma el amor familiar, una familia. La pareja forma ahora un hogar que está compuesta de hijos. Y el tiempo pasa. Los hijos crecen se van. La pareja se queda sola hasta que uno de ellos fallece y queda uno. El círculo de la vida se completa. El amor llegó, pero no se quedó.
Hoy aprenderemos que el amor llegó, no por un tiempo, para irse o desaparecerse. El amor llegó para quedarse. Llegó en la forma de un bebé, un niño que nació como todos nosotros, creció, murió cruelmente asesinado, pero resucitó. No se quedó acostado en la tierra con la chicharra. Resucitó. Resucitó para compartir su vida con nosotros a través de la fe en su acto sacrificial en la cruz.
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