Carlos Spurgeon escribe sobre este texto:
Expongamos un caso y ustedes lo verán. Un grupo de criminales se encuentra encerrado en prisión, y todos sus integrantes merecen la muerte. Su culpa es la misma. Si todos ellos son llevados a la ejecución mañana por la mañana, nadie podría decir una palabra en contra de la justicia. Ahora, si algunas de estas personas fueran perdonadas, ¿quién tendría la jurisdicción para perdonarlas? ¿Acaso sería el propio criterio de ellas? Es cierto que sería sumamente benevolente que se les enviara un mensajero y se les pidiera que se presentaran y recibieran la misericordia perdonadora si acaso quisieran venir; pero supongan que todas esas personas, al unísono, rehusaran ser salvadas; supongan que habiendo sido invitadas para ser salvadas, cada una de ellas rehusara aceptar el perdón; si en tal caso la misericordia superior determinara hacer a un lado sus perversas voluntades, y se propusiera lograr que algunas de ellas fueran eficazmente salvadas, ¿a quién le correspondería la selección? Si se les dejara a las personas involucradas, todas ellas insistirían en elegir la muerte en lugar de la vida. Por tanto, sería inútil dejarles la decisión a ellas. Además, dejar el atributo de la misericordia en manos de un criminal sería un modo de proceder sumamente extraño. No, ha de ser el rey, ha de ser el rey el que diga quién ha de ser perdonado por misericordia, y quién ha de morir de acuerdo con la norma de justicia. (El Púlpito del Tabernáculo Metropolitano La extraña selección de Dios NO. 587 )
Puede leer todo el sermón aquí.
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