“Ahora, no permitamos que nada nos desvíe. Vamos a anunciar el Evangelio a cuantos podamos, pero pongamos especial interés en una persona hasta que la veamos convertida y triunfando en todos los aspectos de su vida cristiana.”
“Durante el primer siglo, el Evangelio se propagó con rapidez tal (a pesar de no disponer de radio, televisión, ni imprenta), debido a que los que habían nacido de nuevo se multiplicaban sucesivamente. Pero hoy abundan los cristianos que se limitan a sentarse en los bancos de la capilla, que piensan que si asisten fielmente a las reuniones, ponen buenas ofrendas en la colecta y logran que la gente de fuera venga a las reuniones, ya han hecho más que suficiente.”
Una historia juvenil que se llama “La Caseta Mágica” en la que protagonista es un niño que se llama Milo ilustra el letargo o apatía espiritual nuestro que no impide cumplir el llamado de ser y hacer discípulos. Él es un niño muy aburrido que es transportado a través de una caseta mágica a un mundo llamado “Diccionópolis.” En el transcurso llega a conocer a los Letargones que viven en el Tedio. El Tedio nadie hace nada. No se puede reír, no se habla, no se hace nada más que dormir, haraganear, y ser holgazanes.
Así creo que sucede entre nosotros los cristianos. Estamos tan envueltos con lo tedioso de este mundo que no hacemos nada para el reino. “Hacemos fiesta y no vamos a ninguna parte” aunque somos llamados a ir a y hacer discípulos. Esta es la manera que el Enemigo nos tiene atados.
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